octubre 15, 2024

Mis sitios

Emulando a una canción de Ana Belén, esa que suena con “existe un país en los trópicos” y llevado a mi terreno, quiero comenzar esta sección rememorando un sitio muy querido.

Porque existe un municipio allá en Andalucía a quien debo mucho pues durante casi cuatro años mis pies han pisado sus calles. Donde he sido acogido y donde me han aceptado y querido hasta con mis fallos, que son muchos.

Un lugar donde han limpiado de oxígeno el aire y lo han cambiado por baloncesto. Porque en Coria del Río se respira baloncesto. Y como bien gozan los titulares de esta web, el baloncesto no es un deporte, es una manera de vivir. Y en Coria del Río el baloncesto se vive en vena.

Tanto que lo normal es empezar los entrenamientos a mediados de septiembre. Pero ellos no, ellos son especiales, únicos. Ellos, a mediados de septiembre llevan un mes entrenando ya. Porque son así de locos.

Tan locos que me admitieron a formar parte de esa familia, que incluso tuve oportunidad de trabajar gracias a ellos, hasta que llegó la pandemia.

Historias miles se me pasan por la memoria. Esa que ya empieza a pasar malas jugadas quizás por el cúmulo de cosas a recordar, o simplemente por el mero hecho de envejecer.

Ahora que pasa un año de mi partida quería tener este pequeño homenaje en este proyecto que empezó a caminar tan solo hace tres meses.

Gente de la que me tuve que despedir cuando decidí tornar y retorna mi vida a ciudad que me vio nacer, y gente (aunque no me crean) que llevo caladas en mmi corazón. Ese Javier al que siempre recordaré tras de la barra del CBC. O ese otro que refleja que la estatura no tiene que ver nada con la calidad humana. O sí si la proporcionalidad es inversa.

Decenas de nombres emergen desde el corazón con tristeza de la distancia pero con sonriasa de no haber distado.

Ese pabellón renovado en mi último año de estancia, que gana en comodidad, pero pierde a raudales en nostalgia y romanticismo.

Esos sábados o esos domingos, desgañitando nuestras voces para alentar a los niños a competir. Esas cervezas post-partidos con los padres y madres, con amigos. Inmemorables en su final.

Son cosas que ni el tiempo ni el Alzheimer (en caso de que hiciera presencia) hará que olvide. Porque tengo la capacidad de olvidar solo lo malo y quedarme con lo bueno. Y allí donde domina el blanco y el dorado, nada fue malo.

Tan solo decir que os quiero. Y me gustaría gritar una vez más con todos vosotros:

¡Augh, augh, augh, Coria!

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