El respeto de las gradas.
Mi primer recuerdo como espectador en vivo y en directo de un deporte es de, al menos, cuatro décadas atrás, en el Ramiro Ledesma, un antiguo estadio de fútbol de mi ciudad natal, con mi padre y mi hermana. A los tres nos acompañaba el humo de los puros de alrededor, de varios espectadores que gastaban su tarde en los asientos de hormigón, mientras soltaban algún que otro comentario sobre el equipo al que animaban. No recuerdo mucho más, sólo que mi padre años más tarde me comentó que no quiso volvernos a llevar a tremendo espectáculo, donde el decoro (palabra denostada y obsoleta en nuestros tiempos) era alejado de lo socialmente aceptable.
Ahora soy yo el que lleva a mis hijos al estadio, los tres participan de la Escuela de Baloncesto del CB Zamora desde hace años, han jugado también al balonmano y al tenis, pero aunque alguna vez han mostrado interés por unas botas de tacos y el césped, se han decantado, para satisfacción de sus padres, por deportes como el del tablero y el aro. Los últimos años hemos visto en el Ruta de la Plata varios partidos de fútbol y, aunque hemos cambiado el fondo por la preferencia, el espectáculo es el mismo, personas alteradas e iracundas lanzando “observaciones” contra los jugadores, incluidos a los de su equipo, pero sobre todo hacía el trencilla que arbitra el partido. Alguna vez he tenido que pedirles a mis hijos que miren hacia el partido y no hacia la parte de la grada que escupe todo tipo de improperios por la boca. Incluso en la grada del Bernabéu en un partido polémico contra Las Palmas, donde expulsaron al jugador preferido de mi hijo, un galés al que le gustaba más el golf que el fútbol, la grada enfervorizada en la remontada de su equipo, aniquilaba verbalmente a los jugadores amarillos (los rivales) y al árbitro. Parece que la entrada nos da derecho a transformarnos y mutar en otro ser al que nosotros mismos no conocemos.
No es el único ambiente deportivo que he probado, he visto en Vistalegre al Real Madrid contra el Maccabi israelí y contra el FC Barcelona, disfrutando de Felipe Reyes Bullock, o de Llull, al pelotari de Torres del Carrizal, Jodra, en San Atilano golpear con su mano la dura pelota recubierta de cuero por algún artesano, al Pucela contra el Betis un enero en el José Zorrilla…, pero con diferencia el peor recuerdo fue a finales del siglo pasado en el desaparecido Estadio de La Vaguada contra el Celta Turista, filial del equipo vigués de primera división, donde se invadió el campo y agredió a jóvenes jugadores que venían a defender unos colores porque habían confiado en ellos.
En contrapartida, recuerdo un partido en el Ángel Nieto contra el Ademar León con Juanín García en el campo, donde los “Viriatos” lucharon recién ascendidos contra un equipo histórico y recuerdo como un grupo de adultos en la fila posterior a la nuestra, empezaron a “futbolizar el choque” soltando por sus boquitas todo lo que se les ocurría y cómo al mirar hacia atrás uno de mis hijos, un integrante de ese grupo se giró hacia mí y se disculpó por comportarse así delante de ellos, no dejaron de animar el resto del partido, pero controlaron sus instintos más bajos y no volvieron a insultar ni a maldecir a nadie más, memorable actitud la de ese anónimo espectador.
En el baloncesto no son todos santos, también hemos visto comportamientos inadecuados habitualmente, pero aunque son escasos y poco habituales, cada vez se aprecian más de lo deseable. Ayer viendo el partido “amistoso” entre las selecciones de España y Eslovenia en el Martín Carpena, recordé al anónimo espectador. Hace pocas semanas estuve con mi familia pisando el paseo con las estrellas deportivas andaluzas que lucen en el suelo a la entrada del pabellón malacitano, comentamos que días después estarían Doncic y Samar (antiguo jugador del CB Zamora), en la fiesta del baloncesto español, celebrando el centenario, pero esa fiesta se convirtió en una lucha entre ambos equipos y lo que era un amistoso se convirtió en algo más, el ambiente en la cancha no era festivo, recordé a Yabusele hace unos meses en la Euroliga haciendo una llave de judo y a los Bad Boys de Detroit de finales de los 80,… estas escenas me llevaron a otros recuerdos, como ver desde las gradas del Ángel Nieto, en un partido contra el equipo de la capital Berciana a un fan visitante que no paraba de protestar hasta por el aire que respiraba y algún fan casero, tras más de medio partido, mandarle callar. También recuerdo momentos de algún seguidor local en muchos partidos donde se encendía y cargaba contra la pareja arbitral. Ante estos casos, afortunadamente menos que en otros deportes, mi reflexión en esta época estival donde las únicas noticias son algunos fichajes y cambio de patrocinios, es que me gustaría que siga siendo algo excepcional y que para conseguirlo todos tenemos que poner de nuestra parte, porque cada vez es más habitual que en los Juegos Escolares de niños de Primaria, algún entrenador o padre y madre de los niños que participan, se pongan nerviosos y plasmen esos nervios en protestas e insultos que se alejan de lo que debería ser el deporte base en etapa escolar. Los valores que el deporte inculca en nuestros pequeños tienen que ser compartidos en la cancha de juego y en las gradas, el compañerismo, el respeto al rival, al que has ganado o contra el que has perdido, el trabajo en equipo, el respeto al juez que arbitra y conseguir objetivos a través de nuestro esfuerzo y mérito personal.
Cuando vemos a los árbitros desfilar hasta la mesa de anotadores, es fácil pensar que son jugadores frustrados que no tenían talento para continuar vestidos de corto y que como alternativa escogían ese “bando”, pero no es así, para empezar, no forman parte de otro bando, sino que forman parte del espectáculo y son necesarios. Son personas formadas y conocedores del deporte y de sus reglas, y que por un “módico precio” saltan a las canchas intentando hacerlo lo mejor posible. Es cierto que la profesionalización arbitral no es paralela a la de los equipos y jugadores, que todos ellos tienen trabajos paralelos y al final esto es una parte de su afición y que con la norma de los tres árbitros en ACB y LEB Oro, los más preparados y con más experiencia subieron de categoría para proveer sus necesidades, y que ligas como la LEB Plata han sufrido cierto bajón en el nivel de sus árbitros, pero no hay que olvidar que debemos trabajar para que el respeto y la empatía (de la que tanto hablamos en los últimos tiempos) impere en nuestros pabellones. Todos debemos ayudar a nuestros clubes y es normal que intentemos presionar a favor de nuestro equipo cuando juegan en casa, pero no olvidemos que estamos en un mundo de deportistas y que las formas importan.
Para que el primer recuerdo de multitud de niños en las gradas de un pabellón, sean las risas y la alegría de vivir un espectáculo. Cuidémonos de la “futbolización” del baloncesto.
Foto: archivo propio.