Mi visión de la última Supercopa
El pasado fin de semana, en el pabellón San Pablo de Sevilla, quedó inaugurada oficialmente la temporada del baloncesto profesional en España con la celebración de la Supercopa ACB, ganada un año más por el Real Madrid. Ha sido el quinto triunfo seguido de los blancos, que atesoran ya un total de nueve entorchados en esta competición creada en los años 80 y que, tras un breve período de vida, fue recuperada en 2004.
Quien les habla tuvo la gran suerte de poder vivir in situ el evento, como enviado especial de otro medio de comunicación con el que, desde 2009, también vengo tratando el baloncesto y otros deportes. Y, a lo largo de las siguientes líneas, voy a ofrecer a los lectores de Basket Pasión mi particular visión de lo que fue el primer fin de semana de baloncesto ACB de la temporada 22-23, tanto en lo deportivo como en lo personal.
Empecemos por lo deportivo, resaltando que este ha sido el primer título de Chus Mateo como entrenador del Madrid, después de que reemplazara oficialmente a Pablo Laso al finalizar la pasada temporada, ya que cuando su equipo ganó la última liga el primer entrenador aún era, oficialmente, el técnico vitoriano, aunque fuese Mateo quien, de facto, dirigiera al equipo.
Los blancos se confirmaron como reyes de la Supercopa, venciendo una vez más a un Barça (89-83) que, en este torneo, no sabe cómo meterles mano. Y lo hicieron en una final no brillante pero sí tremendamente emocionante, justo lo que faltó en unas semifinales (ante Betis y Joventut, respectivamente) que, en lo negativo, mostraron una vez más la tremenda diferencia que existe en la ACB entre los dos transatlánticos de nuestro baloncesto y el resto de equipos de la liga.
Diferencia que se acrecienta más y más, y que hace casi imposible del todo que alguien pueda meterles mano en una temporada que transcurra por los cauces normales (lo que ocurrió en la 19-20 es caso aparte, claro). El Madrid tenía varias bajas; el Barça no podía contar con Mirotic. Da igual. El poder de ambas plantillas, con los nuevos fichajes y los que permanecen, solo tiene parangón hoy en día en el Anadolu Efes, el actual bicampeón de Europa, al que intentarán destronar de una vez por todas.
Récords… y decisiones de “Saras”
La final, eso sí, fue muy emocionante, con prórroga incluida, dejándonos dos récords absolutos de la competición. De un lado, el de asistencias, 14, a cargo de un Laprovittola que el día antes frente a la “Penya” se había dedicado a anotar de tres; y que el domingo eminentemente hizo felices a sus compañeros.
Particularmente a Sanli que, con su labor principalmente en ataque estaba siendo el jugador más productivo de su equipo, y candidato a MVP de la final, hasta que Jasikevicius lo sentó a falta de 6:30 tras cometer su cuarta personal… y no volver a sacarlo hasta bien entrada la prórroga. Una decisión incomprensible a todas luces del técnico lituano, ya que lo lógico era que descansase para evitar una eliminación prematura, sí; pero solamente dos o tres minutos, para así estar presente en la fase decisiva del partido.
Por el contrario, Sanli vio, sin lesiones ni molestias de por medio, desde el banquillo todo el final del partido y la primera mitad de la prórroga; y cuando volvió a la cancha ya Eddy Tavares se había erigido como rey absoluto de la situación, estando en un modo absolutamente imparable tanto en su zona como en la contraria.
Del pívot caboverdiano vino el segundo récord de la final, el de sus 40 créditos de valoración, con 24 puntos y 12 rebotes, además de poner un tapón decisivo al propio Sanli -tal vez sin ritmo por el excesivo descanso otorgado por su entrenador- a falta de pocos segundos para el final del tiempo extra cuando el marcador rezaba un 85-83. Obviamente, su MVP, facilitado en parte por Jasikevicius y sus peculiares decisiones, fue más que merecido.
San Pablo: pocos cambios
Hasta aquí, lo deportivo. En otros aspectos, destacar que el pabellón San Pablo, inaugurado en 1987, básicamente sigue siendo el mismo. Hacía 8 años que el sevillano Palacio de los Deportes no albergaba un evento más allá de los partidos ligueros (el Mundial 2014), y 18 desde la última vez que fue sede de un torneo baloncestístico nacional, la Copa del Rey de 2004.
Decían que se le había dado un buen lavado de cara para organizar la Supercopa, pero nada más lejos de la realidad. El pabellón sigue estando como siempre, ya que tanto el nuevo parquet (con la publicidad de los patrocinadores del evento) como el flamante videomarcador que lucía en lo alto del pabellón son propiedad de la ACB, y a la ACB que van a volver, obviamente.
Lo último que se hizo fue la compra de los videomarcadores que se utilizaron en el Mundial 2014, no tan lujosos como este último pero sí muy buenos, siendo esto lo único realmente destacable que hizo el nefasto Jeffrey Meythaler en su breve paso por el entonces CB Sevilla. Desde entonces, nada de nada.
Organización: luces y sombras
Y, por último, a nivel organizativo, no sería sincero si dijese que no he estado trabajando a gusto durante todo el fin de semana. Las facilidades de la ACB para dar información al minuto y acceder a los protagonistas han sido muchas, y ello es de agradecer. Pero en medio de todo esto, por mucho que ninguno de los compañeros de los medios haya hecho hincapié en ello (yo por lo menos no lo he escuchado), hubo un factor negativo en el tremendo caos que algunos redactores tuvimos que vivir, el sábado, para poder acceder tanto al pabellón como a nuestros puestos de trabajo.
Básicamente, en primer lugar por la deficiente información del personal encargado de las acreditaciones para informarnos del correcto lugar de acceso (culpa de la ACB y sus directrices, no de los trabajadores), lo que hizo que servidor, y más gente, tuviese que pasar un cuarto de hora al calor del septiembre sevillano hasta que por fin abriesen la puerta (una de las de entrada del público en general)… para que, una vez allí, le dijesen que por allí no debía entrar, como era lógico.
Y, una vez dentro, por la ausencia casi total de personal adecuado que indicase el lugar donde nos teníamos que ubicar. Allí nadie sabía nada, a excepción de un chaval colocado en las gradas que fue la única persona que me supo decir dónde íbamos los redactores de prensa escrita y digital. A tal extremo llegó la cosa que, después de ello, tuve que ser yo quien le dijese al voluntario encargado de custodiar la zona habilitada para la prensa en el pabellón anexo dónde se debían ubicar los compañeros, ya que él tampoco sabía nada, por si había más gente que, como yo, se acercaba a él para preguntarle.
Después de esto, no pude por menos que acordarme de mi buen amigo Salvador Domínguez, todo un veterano de los tiempos del Caja San Fernando, dedicado ahora a labores periodísticas, y que en la previa ya había avisado de las “particularidades” organizativas de la ACB. Qué razón tenías, Salvador…
Solucionado el caos, todo fue sobre ruedas, pero qué duda cabe que la ACB debería tomar buena nota (no sé si lo hará) de cara, sin ir más lejos, a la próxima Copa del Rey en Badalona.
(Imagen del mismo autor: panorámica de San Pablo durante la final)