septiembre 3, 2025

Alemania aún no sabe lo que es sufrir

0
s8tuykwzbimxvx6mlqjd

Fotografía de FIBA

1234T
FIN1917131261
ALE2129192291

Finlandia

61

1234T
FIN1917131261
ALE2129192291

91

Alemania

Finlandia

61

-

91

Alemania

  • Q1
    19- 21
  • Q2
    17- 29
  • Q3
    13- 19
  • Q4
    12- 22

Alemania cerró la primera fase con un último rugido en Tampere: 61-91 ante Finlandia y pleno de 5/5 con un patrón que ya parece innegociable —no ir por detrás en ninguna segunda parte y despachar cada cita por, al menos, 19 puntos. No es solo una racha; es una forma de estar en el torneo. Cuando los demás aún tantean sus virtudes, el campeón del mundo ya compite como si estuviera en cuartos de final desde el salto inicial del primer día. La pregunta, inevitable, vuelve a la mesa: ¿es la gran favorita al trono continental? Hoy, todos los indicios apuntan a que sí.

El guion en Tampere tuvo un mérito adicional: Finlandia —valiente hasta la temeridad— eligió provocar el tipo de partido que más le conviene a Alemania. Lassi Tuovi no escondió las cartas: ritmo alto, decisión al primer pase, cortes continuos y agresividad en el rebote ofensivo para fabricar segundas oportunidades. Durante unos minutos funcionó; la anfitriona sostuvo el intercambio y consiguió que el choque fuera una carrera. Pero ahí apareció el primer gran golpe de realidad: si conviertes el encuentro en un ida y vuelta, el conjunto más profundo, más largo y mejor en transición del EuroBasket te atropella. Y Alemania, con Dennis Schröder al volante, disfruta como nadie en esas autopistas.

El paso de los minutos fue decantando la lógica. Schröder impuso la cadencia —cuando acelerar, cuándo pausar, a quién encontrar— y la estructura táctica de los germanos volvió a enseñar su músculo. En defensa, Isaac Bonga firmó un segundo cuarto que vale por una clase magistral: manos activas sin descanso, líneas de pase negadas, ayudas a tiempo y el encargo de minimizar a Lauri Markkanen hasta los 11 puntos. Cuatro robos no explican su omnipresencia, porque lo que no aparece en la hoja de estadísticas —los tiros que no se lanzan, los ángulos que desaparecen, los cortes que se desactivan— fue todavía más valioso.

A partir de ahí, el resto encajó con naturalidad. La transición alemana castigó cada mala selección de tiro finlandesa; cuando no había pista abierta, la circulación en media pista, con Franz Wagner como ariete, encontró ventajas una y otra vez. El alero del Magic, máximo anotador con 23, decidió a latigazos: atacó closeouts, posteó emparejamientos favorables y, aunque no redondeó la noche desde el triple, impuso su físico y su timing para llegar al aro. Daniel Theis volvió a ser ese pivote silencioso que hace fácil lo difícil: bloqueos con ángulo, continuidad hacia el aro que obliga a hundir la defensa y protección del propio cristal para clausurar el rebote. Cada pieza cumplió su cometido y el resultado fue la típica pendiente descendente que Alemania provoca: primero abre brecha, después la consolida y, finalmente, la convierte en abismo.

Una apuesta (muy) peligrosa

Se entiende lo que buscaba Finlandia. Si el rival es superior en cinco contra cinco posicional, quizá la única manera de igualar es soltar amarras y empujar el partido a un terreno más caótico. El problema con esta Alemania es que su suelo competitivo es altísimo y su techo aparece cada vez que el reloj encuentra carreras. La segunda parte, más física y con intentos de trabar el ritmo, solo cambió el decorado, no la tendencia: menos correcalles, sí, pero mismo resultado. Cuando los anfitriones sumaron un par de posesiones pobres, Alemania respondió con dos triples, una transición y un parcial que dejó la sensación de déjà vu: otro rival contando los minutos para que aquello termine.

¿La gran favorita? Razones para decir que sí

El argumento estadístico es contundente: cinco victorias, ninguna desventaja tras el descanso y todas con márgenes holgados. Pero la sensación va más allá de los números. Alemania gobierna el juego en los dos lados de la pista. En ataque, la jerarquía es clara —Schröder crea, Wagner resuelve, Obst estira el campo, Theis ordena y el resto produce— y, al mismo tiempo, los roles son elásticos: si se cierran las líneas de penetración, aparece el pase extra; si la defensa cambia, el poste medio castiga; si hay que correr, corren todos. En defensa, la longitud perimetral (Bonga, Wagner) y la disciplina colectiva sostienen coberturas que cambian de piel sin perder solidez: pueden hundirse contra interiores dominantes, negar mano derecha a generadores o perseguir tiradores saliendo por arriba de bloqueos. No hay fisuras evidentes.

¿Quién puede discutirle la corona? Serbia es el contrapunto más obvio por talento y por la presencia de Nikola Jokic, un rompecabezas táctico que obliga a elegir tu veneno. Allí estará la gran prueba de estrés alemana: proteger la pintura sin regalar el perímetro, cuidar el rebote y, sobre todo, evitar problemas de faltas en su pareja interior. Pero incluso en ese contexto, Alemania tiene antídotos plausibles: alas grandes para molestar líneas de pase, ayudas bien calendarizadas desde el lado débil y un backcourt —Schröder, Lo cuándo reaparezca— capaz de castigar al otro lado cada concesión. La clave, como siempre, estará en sostener la concentración cuarenta minutos: a este nivel, dos malos parciales son sentencia.

El factor Mumbrú: un equipo que se gobierna desde la estructura

La otra gran historia de la fase es extradeportiva: Álex Mumbrú sigue enfermo y sin poder dirigir a la selección. Lo que podría haber sido una grieta se ha transformado en cemento. Adis Ibrahimagic ha gestionado los partidos con templanza —tiempos muertos oportunos, rotaciones que mantienen el estándar atlético, ajustes puntuales sobre las referencias rivales—, pero lo más relevante es que el plan no depende de una sola voz. Se nota un trabajo de staff compartido y un liderazgo horizontal en pista: Schröder marca la partitura, Bonga contagia intensidad, Wagner pone el cuchillo y el resto se acopla sin perder identidad. Que el equipo rinda así en ausencia de su primer entrenador no minimiza a Mumbrú; al contrario, habla de una cultura instalada y de principios organizados que sobreviven a la coyuntura.

No es menor el componente emocional. Grupos que se sienten deudores de su entrenador tienden a competir con un plus de propósito. Alemania transmite precisamente eso: una misión sostenida. Y, cuando lleguen los días grises —porque llegarán—, haber edificado convicciones compartidas será tan decisivo como un ajuste táctico.

Tres nombres propios en Tampere

Schröder jugó una de esas noches en las que todo ocurre a su velocidad. 16 puntos y 9 asistencias son la máscara estadística de algo más profundo: control del ritmo, lectura del ángulo de ayuda, comprensión de dónde está el tiro de mayor expectativa en cada posesión. Los rivales sienten que todo es media décima tarde.

Bonga firmó un partido que todo entrenador querría enseñar en vídeo a sus jóvenes. Markkanen no respiró cómodo y, en cada emparejamiento, la pregunta no fue “¿puede?” sino “¿le van a dejar?”. Cuatro robos como epílogo visible de una defensa que, sobre todo, negó ventajas antes de que surgieran.

Wagner se adueñó del encuentro como solo lo hacen los aleros de élite: imponiendo tamaño, cambiando ritmos, castigando a los pequeños y obligando a los grandes a salir de su zona de confort. 23 puntos como recordatorio de que, si Alemania necesita un ejecutor, lo tiene.

Lo que viene

La fase de cruces no perdona lagunas, y ahí aparecerán las preguntas que la primera fase no exigió responder: ¿qué pasa si el triple no entra durante un tramo largo?, ¿cómo resiste el equipo a un arbitraje que cargue de faltas a su juego interior?, ¿será capaz de ganar un partido feo, lento y a 65 posesiones? La intuición, vista la muestra, es que sí. Por profundidad, por claridad de roles y por una competitividad que no necesita picos de forma para sostenerse, Alemania parte un paso por delante del resto. Serbia tiene con qué discutirle, y algún cruce con equipos de perímetro abrasivo puede generarle un partido de barro. Pero a día de hoy el campeón del mundo no solo defiende su corona: parece decidido a ampliar el reino.

En Tampere, Finlandia eligió el riesgo y Alemania le recordó por qué. Con Mumbrú aún fuera de foco, pero muy presente en la estructura, con Ibrahimagic administrando con pulso firme y con su núcleo imponiendo jerarquía sin estridencias, los germanos han atravesado la primera fase dejando un mensaje inequívoco: para eliminarles, no bastará con jugar bien; hará falta rozar la perfección. Y eso, en un torneo corto, es la definición misma de favorito.

Finlandia 61 (19+17+13+12): Salin (2), Jantunen (5), Valtonen (0), Maxhuni (9),  Markkanen (11) -cinco inicial-; Little (4), Nkamhoua (16), Madsen (6), Gustavson (2), Grandison (6), Seppala (0).

Alemania 91 (21+29+19+22): Schröeder (16), Obst (3), Wagner (23), Theis (6), Bonga (7) -cinco inicial-; Hollatz (4), Lo (7) , T. Da Silva (11), O. Da Silva (2), Kratzer (0) y Thiemann (12).

Lugar: Tampere, Tampere Deck Arena

Arbitros: ZURAPOVIC, Ademir (BIH), KREJIC, Boris (SLO), CASTILLO, Luis (ESP)

Espectadores: 12.900

Fotografía de FIBA

Autor: Vicente Ropero

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *