octubre 16, 2024

Recién acabado el Campeonato de Europa, la selección española ha conseguido una vez más hacernos disfrutar con el baloncesto. Tengo que reconocer que yo no era de las personas que apostaban porque España lograra la medalla de oro en este campeonato, no por su falta de calidad, que la tiene, sino por la cantidad de novedades que había  y esa polémica incorporación de un base americano, Lorenzo Brown,  sin vinculación alguna con España y desconocido para la gran mayoría de la gente.

Esto me ha trasladado al año 1992, año de nuestra olimpiada, exitosa para el deporte español desde el punto de vista de las medallas, pero no para el baloncesto. Fueron las olimpiadas de la “huelga” y el “angolazo”. Los carrozas lo recordarán.

Fue un verano problemático. La liga amenazaba con la incorporación del “tercer americano”. Ahora suena a chiste, pero entonces era algo grave para el futuro del baloncesto español.

Yo tenía veintiún años y estábamos preparando el Campeonato de Europa sub 22 que se iba a celebrar en Grecia.

Empezados ya los entrenamientos, se nos avisó por parte de la Asociación de Jugadores que no se iba a permitir la incorporación de un tercer americano y que seguramente nos tendríamos que ir a la huelga ante la incapacidad de llegar a un acuerdo.

Entrenábamos con la tensión de tener que abandonar la concentración en cualquier momento y volver a nuestras casas sine die. Los entrenadores que teníamos  no ayudaban a relajar el ambiente. El segundo entrenador era un tipo que venía del baloncesto infantil y no se enteraba que estaba entrenando a un equipo de profesionales.

Y lo temido llegó. Después de unos amistosos en Motril, la asociación nos dio la orden, “hay que abandonar la concentración y os volvéis para casa. No se va a jugar el campeonato de Europa, ni el primer equipo va a jugar la olimpiada. No hay marcha atrás… No hay marcha atrás”.

Ante la gravedad de la situación, se nos presentó en el hotel una delegación de la Federación Española y  nos pidió una reunión urgente. Estuvimos los más veteranos. En aquella reunión nos ofrecieron cerrar la asistencia al campeonato de Europa y también…nuestra asistencia a la olimpiada. Recuerdo la cara de mis compañeros, como supongo que fue la mía, cuando nos ofrecieron ser olímpicos en Barcelona’92. No hubo titubeos por nuestra parte. Rechazamos la oferta. No íbamos a dejar tirados a nuestros compañeros. Nos fuimos para casa.

 A los dos o tres días nos dicen que se levanta la huelga. Huelga que hasta entonces solo habíamos hecho los pobrecitos que estábamos en esa selección.

Alguno de mis compañeros no respondieron a las llamadas y no se reincorporaron. Hubo que sustituirles, y como cualquiera puede imaginar, el ambiente ya no fue el más propicio para afrontar un campeonato de Europa.

Después de aquel verano empecé a sospechar para que servía un sindicato, algo que, a lo largo de los años y muchas mariscadas después, acabé confirmando. Pero volvamos a lo que toca.

Cuento  esto porque los jugadores veíamos lo del tercer americano una gran amenaza para el baloncesto español y su desarrollo.

Siguiendo la evolución del baloncesto español a lo largo de los años, el tiempo ha demostrado que estábamos equivocados. La incorporación de jugadores extranjeros ha subido el nivel del baloncesto hasta dónde todos sabemos. España consigue magníficos resultados en todas las categorías y es respetada, e incluso temida, por los americanos, algo que hace 30 años era impensable, cuando la NBA era un sueño inalcanzable para cualquier españolito de a pie, con la excepción del gran Fernando Martín, que jugando solo algunos minutos, era toda una proeza para el baloncesto español y  europeo.

Respecto a aquel verano del 92, fue un auténtico desastre. Nuestro campeonato fue malo y el del primero equipo, el olímpico, fue peor. Luego vinieron las consecuencias. Antonio Díaz Miguel fue cesado del equipo nacional.

En cuanto a nosotros, hubo consecuencias. Como ya  dije en otra ocasión, siempre he dividido a los entrenadores en dos grupos, los “duros” y los “sicólogos”. En este equipo nos tocó uno del segundo y cuando tuvo que asumir responsabilidades, cargó contra los jugadores. Eso me costó un “destierro” a la entonces Primera División, al Cornellá, destierro que acabó con una magnífica temporada en la que ascendimos a ACB.

En cuanto al valiente entrenador, creo que después de aquello no volvió a entrenar a ningún equipo en condiciones. Su fama le precedía.

Algunos lo llaman karma,  yo prefiero el refranero español, “a cada cerdo le llega su sanmartín”.

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