febrero 8, 2025
50032428

                 Empecé a jugar a baloncesto de una forma “obligada” un poco antes de la olimpiada de Los Ángeles’84, aquella olimpiada que hizo que el baloncesto español recibiera el toque mágico para pasar a ser un deporte de masas en España. Aquel equipo, formado por Corbalán y Epi, entre otros, y dirigido por Antonio Díaz Miguel,  que nos mantuvo hasta bien altas horas de la madrugada, para poder ver aquella mítica final que se perdió contra los EEUU de, los entonces desconocidos en España, Patrick Ewing o Michael Jordan  y entrenada por Bobby Knight.

                  Aunque mi pasión han sido y son las artes marciales, antes de jugar a baloncesto había pasado por el balonmano en el colegio, pero no cuajó ya que apenas nos juntamos cinco niños, y más tarde por el fútbol, que aunque no me gustaba, todos mis amigos lo practicaban y no me quedó más remedio que sufrirlo durante dos temporadas. Las suficientes para entender, o que mi entrenador me hiciera entender, que el fútbol no era lo mío. Me dijo que yo, no solo era malo, es que hacía malo al resto del equipo y nadie quería jugar conmigo. Era la forma diplomática de aquella época de quitarte a los mantas del medio. Entonces las formas pedagógicas que luego se han puesto de moda brillaban por su ausencia. Lo entendí. No me causó ningún trauma.

                  Cuento todo esto porque practicando el baloncesto de forma obligada, hubo algo que hizo que en mí saltara la chispa y empezara a verlo de otro modo, los torneos de baloncesto. Eran una forma de darle difusión a un deporte hasta entonces “desconocido”.

                En Mérida, donde crecí y empecé a practicar, había un torneo que  se celebraba en el pabellón de mi instituto, el Santa Eulalia, y el cual consiguió que en mi saltara esa chispa que hizo que empezara a amar este magnífico deporte. Era el torneo de baloncesto “Manolo Flores”, emeritense de pro, y uno de los mejores jugadores europeos de su época. Para un niño de 13 años que empezaba a mirar a  este deporte, ver a estrellas del baloncesto patrio como era el propio Manolo, más tarde mi entrenador durante muchos años, y amigo, Pedro Ansa, Wayne Brabender o Tarín, con sus enormes botas vaquera “chúpamelapunta”, techo del baloncesto español durante algún tiempo, era algo alucinante. Para muchos amigos míos futboleros ese torneo fue el detonante de su paso al baloncesto. Ese torneo, igual que otros, creaba afición, una afición que se necesitaba para que el baloncesto creciera.

                  Pero si hubo un torneo, que llegó a ser el más prestigioso del mundo y que ayudó a la difusión y auge del baloncesto en España,  fue el Torneo de Navidad del Real Madrid. Era lo más.

                  Aunque se venía celebrando desde mucho antes, yo empecé  a disfrutarlo desde principios de los 80.

                  A un torneo lo hace importante el prestigio de sus participantes, y el prestigio de los equipos que venían a Madrid en Navidad era incuestionable. Universidades americanas, equipos sudamericanos,  italianos o soviéticos. Vi al Aris de Nikos Gallis, o a las mismísimas selecciones de la URSS o Yugoslavia, cuya rivalidad era histórica. Conocí a Drazen Petrovic o a un Sabonis, de apenas veinte años, reventando el tablero de cristal de una de las las canastas del pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, delante de un Alfonso del Corral, que con más miedo que convicción hizo el gesto de taponarle. Aquel partido nunca se acabó.

 Ese torneo era especial, ya no solo por el prestigio de sus equipos, también por las fechas en las que se celebraba. Se celebraba del 23 al 25 de diciembre, día de Navidad. Ese torneo formaba parte de la Navidad española.

             Recuerdo el “Madrí” de Corbalán, Wayne Robinson y de aquel americano rubio con melenas y pinta de surfero, que no fallaba una, llamado Brian Jackson, con el que luego tuve la suerte de compartir vestuario durante tres temporadas. Recuerdo también el día, durante mi primera temporada como profesional, que estando en Canarias para jugar, nos comunicaron  la trágica muerte de  Fernando Martín y que hizo que el torneo de Navidad pasara a llamarse Memorial Fernando Martín.

                   Eran tiempos de crecimiento del baloncesto, pero creo que ese mismo éxito hizo que el baloncesto entrara en una fase de saturación para el aficionado. Se empezaron a televisar partidos a cualquier hora y día. Lo mismo daba televisar un partido Real Madrid-Barça que un “Matadeperos – Mollete”. Se televisaban partidos de ligas europeas y NBA. Constantemente había baloncesto en tv. Se apretaron los calendarios y esto llevó que, poco a poco, el Memorial Fernando Martín, antiguo Torneo de Navidd del Real Madrid, fuera perdiendo tirón hasta que desapareció. Los equipos no tenían espacio para torneos y el prestigio de los equipos fue descendiendo. Y junto a él fueron desapareciendo otros torneos de menos nivel, pero también importantes para la “creación de afición”.

                   Afortunadamente, el baloncesto ya es un deporte de masas que no necesita de la promoción de los torneos navideños, pero que bonito sería revivir, aunque solo fuera por una vez, y para nostálgicos, ese Torneo de Navidad del Real Madrid, con las estrellas que pasaron por allí, y televisado como entonces.

                 Ahora que está tan de moda lo “vintage”, la idea está lanzada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *