22 de enero de 2006, un día para recordar

La noche en que Kobe Bryant anotó 81 punto
El 22 de enero de 2006, el mundo de la canasta se paralizó. La Mamba Negra estaba suelta, y lo que se vivió aquella noche en el Staples Center de Los Ángeles fue puro rock and roll. Kobe Bryant, con su habitual mirada desafiante, se marcó 81 puntos, firmando una de las mayores exhibiciones individuales de la historia de la NBA. Wilt Chamberlain dejó el listón en 100 puntos en 1962, pero lo de Kobe fue otra historia: más épica, más contemporánea, más humana.
El guión del partido parecía escrito para la tragedia. Los Lakers, como diría el mítico Andrés Montes, estaban «en estado de shock», 18 puntos abajo y sin rumbo. Pero entonces, Kobe decidió que era hora de sacar su fusil de precisión y poner orden en la pista. Entró en modo killer. Tiros inverosímiles, penetraciones como cuchillo en mantequilla, triples con la frialdad de un pistolero del Oeste. El resultado: 28 de 46 en tiros de campo, 7 de 13 en triples, 18 de 20 desde la línea de tiros libres. No fue un partido, fue una sinfonía. Y Toronto, como sparring improvisado, no pudo hacer otra cosa que mirar y sufrir.
Los Lakers ganaron 122-104, pero eso era lo de menos. Aquella noche, Kobe se subió al Olimpo de los elegidos. Un guerrero implacable que, cuando olía sangre, iba a por todas. No se trataba solo de ganar, se trataba de dominar, de dejar claro que el talento sin esfuerzo no sirve de nada. «Yo solo hice mi trabajo», dijo Kobe al terminar el partido, con su eterna sonrisa de asesino elegante. Pero todos sabíamos que había hecho mucho más: había redefinido lo que significa ser una estrella.
Un récord que perdura
Han pasado los años y esa noche sigue viva. La canasta parecía un océano, la pelota una prolongación de su cuerpo, y la defensa de los Raptors… bueno, poco pudieron hacer. 81 puntos no son solo una cifra, son una declaración de intenciones, una carta de amor al baloncesto y una advertencia para los incrédulos. Kobe no jugaba para el espectáculo, jugaba para ganar, para devorar, para dejar huella.
El 22 de enero de 2006 fue el día en que Kobe Bryant desafió a la historia, mirándola de frente, con el descaro del que sabe que ha nacido para ser leyenda. Porque ya lo decía Montes: «La vida puede ser maravillosa», y aquella noche, con la Mamba Negra en la pista, lo fue.
Foto: Archivo NBA
