popeye edi

Estábamos un grupo de amigos y conocidos viendo el final del Tour de Francia. El pelotón hace que el último domingo de competición sea un mero trámite, acompañando al campeón en su llegada a París a través de esa preciosa avenida llamada “Les Champs Elysées”.  La persona que hace o ha hecho deporte de competición siente ese final como algo propio, algo que ha podido llegar a sentir de una forma u otra, sabe que ese es el premio a un grandísimo esfuerzo no solo físico, durante una temporada infinita y dolorosa. Es el premio a un desgaste personal que solo puede entender el deportista y su familia. Esa llegada es algo mágico y emotivo.

  Pues yo estaba disfrutando ese momento y sintiendo como propia la alegría del campeón y su familia, cuando de repente saltó el cuñado de turno, “toos esos van drogaos hasta arriba”. ¡CRASH! Se acabó la magia. El tonto de turno me amargó el momento.

Este  aprendiz del doctor Carballo , (famoso “expertólgo” que se ha hecho famoso mostrándose, desde su box de urgencias, no solo como el mayor experto de la covid del universo y parte de Orejilla del Sordete, sino  también sobre la guerra de Ucrania y algún tema más de actualidad) había estado instruyéndonos momentos antes que, sin duda ninguna, este había sido el mejor Tour de Francia de los últimos años, que la Vuelta a España tenía mucho que aprender y que la salida de Copenhage había sido todo un error. Todo un experto.

Luego, ya en mi casa, el comentario de este “cuñao” me transportó a aquel momento en el que charlando con un político, que lo más que sabía de deporte era decir “gol” y que ocupaba un muy alto cargo en el deporte institucional español, me preguntó “¿qué opinas del “doping” en el deporte de alta competición? Vi un momento interesante para debatir sobre el tema. ¿Qué quieres oír, la respuesta políticamente correcta o mi opinión como deportista profesional? La del deportista, contestó con un ligero rictus de acongojo en su cara.

No coincidíamos, en absoluto, en nuestros puntos de vista. Después de un rato de debate me dijo, como si eso fuera el motivo claro de el porqué el doping no tiene que estar permitido en el deporte, que para jugar unas Olimpíadas había que firmar un manifiesto en contra de las sustancias dopantes y “limpieza” en el deporte. Cuando yo le pregunté si EEUU o China habían firmado ya ese manifiesto, todo lo que pudo contestarme fue “no, pero es que esos son casos aparte”. Cuando esta persona vio que no comulgaba con ruedas de molino y saliéndose ya un poco de sus formas amables, sentenció “te voy a dar un consejo, no digas eso públicamente”. Ese es el problema, la hipocresía que gira alrededor de este tema.

Cuenta la leyenda que la primera vez que una selección americana de baloncesto formada por profesionales NBA participó en unas olimpiadas, Barcelona`92, lo hicieron bajo la condición de no pasar controles antidoping. A todos los aficionados, o no, al baloncesto nos daba igual si esta gente tomaba ayudas prohibidas para obtener un mayor rendimiento o ayudar mejor a recuperarse de una actividad  dañina para el cuerpo como es el deporte de élite, nosotros queríamos ver a un equipo espectacular de jugadores, apodado el Dream Team, del que formaban parte leyendas como Michael “Air” Jordan o Earving “Magic” Johnson, participar en nuestras olimpiadas.

Esto podemos extrapolarlo al resto de disciplinas deportivas. Imaginemos una final de los 100 metros lisos, la prueba deportiva con más audiencia de las olimpiadas, ¿de verdad hay alguien que durante esos diez segundos se está cuestionando si esos superhombres consiguen esas marcas gracias a ayudas extras o comiendo una cantidad razonable de carbohidratos en un plato de macarrones con chorizo, o como Popeye metiéndose esa ayuda extra de espinacas para el esfuerzo titánico de sacudirle a Brutus? ¿De verdad que existe alguna persona así?

No estoy insinuando de ninguna manera que esos deportistas estén dopados, pero si lo estuvieran no me importa en absoluto.

Creo que permitir esas ayudas extras a los deportistas de élite tenían que estar permitidas, controladas por especialistas. No me sirve eso de que en el deporte no es “ético”. Es tan ético o tan poco ético como en cualquier otra actividad.

El deportista profesional no deja de ser una mercancía muy cara, y el primer interesado en cuidar esa mercancía es el propio deportista.

Tal y como está ahora mismo el asunto gana siempre el tramposo o el deportista que se lo puede permitir. Siempre la trampa va ir por delante del control y una de las principales características del deporte es el juego limpio, es el competir en igualdad de condiciones, y eso, como podemos ver en la prensa, no ocurre. Cada cierto tiempo aparecen casos en los que el “tramposo” es pillado.

Estas ayudas te ayudan a competir y a recuperarte del desgaste. No te convierten en Superman. La genética también juega. Ni en treinta vidas recibiendo ayudas yo sería capaz de batir a Usain Bolt, ni aunque él corriera a la pata coja.

La NBA tiene su propio control interno de controles. Lo hace público según le interese o no. ¿Es eso jugar en igualdad de condiciones? Como me dijo el político, “EEUU o China son casos aparte”.

 Este tema tiene que debatirse en profundidad, dejando fuera a los políticos del “gol”, incluyendo los que forman parte de los distintos comités olímpicos, los príncipes de Mónaco de turno, escuchando a los deportistas  y a los investigadores (iba a decir a la ciencia, pero esa palabra ha quedado manoseada y desprestigiada después del abuso por parte de los medios  de comunicación debido a la covid) y llegar a un acuerdo que sirva para cuidar la “mercancía”, dejando de lado esa hipocresía que siempre ha existido alrededor del deporte.

Sé que, tarde o temprano, ese debate llegará.

Creo que esta sociedad tiene que preocuparse mucho más que de las ayudas al deportista, de esa ventana de Overton abierta sobre permitir el “aborto”  hasta que el bebé ha cumplido el mes de vida. Aborto post-parto lo llaman. Y eso no causa revuelo ninguno.

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